jueves, 28 de mayo de 2009

El pino de la escuelita


Con todo cariño y como muestra de admiración y agradecimiento a las gentes que viven por y para la escuelita de Cavanagh.
Muy especialmente a sus alumnos, que la alegran con su presencia, a la Comisión Cooperadora, al cuerpo de maestras, dirigidas con amor, disciplina y respeto por quien es el motor que la impulsa con devoción, cambiando sus esfuerzos por las sonrisas de los niños.
Ante todo a usted, Señora Directora.
Muchas gracias por habernos mostrado ese nido de amor y fuente del saber que es la escuela.
Vaya pues, este humilde poema (si así se lo puede calificar) como el más sincero homenaje a su obra, Doña Yolanda; reciba en el mismo el agradecimiento de tantos alumnos que tuvieron la dicha inmensa de pasar a su lado y tal vez no llegaron nunca a decirle: muchas gracias.
Así, muchas gracias, Señora de Lorenzatti, le decimos estos modestos integrantes de la Peña El Zorzal, de Arias.

José Ángel Moriconi Nemesio Martín Román
(Nota enviada con la poesía el 20 de julio de 1976)


No existirá el idioma,
por más completo que sea,
para narrar en palabras
lo visto en aquella escuela.
¡Venerable santuario!
¡Tesoro sagrado encierra!
En ella hay alma de hogar.
Hermosa familia, ¡inmensa!
De un nido tiene el calor,
¡cuántos pichones se albergan!
dando y recibiendo amor,
bebiendo allí su sapiencia.
Han pasado por sus aulas
sin dejar ninguna huella,
tal vez, de un mismo apellido,
generaciones enteras.
Huellas físicas no habrá,
mas, de su paso por ella,
en un álbum de recuerdos
siempre estará la más bella.

Una tarde tormentosa
llegamos a conocerla.
Sólo una cosa fue verla
y sentir honda emoción,
un vuelco en el corazón,
ante obra tan hermosa.
Nos fue atrapando el recuerdo…
Es difícil de explicar…
Al ver el Jardín de Infantes,
el parque, para jugar,
el museo –en sus comienzos-.
Todo lucía tan hermoso,
bien dispuesto en su lugar.
Daban ganas de ser niño
y cartera bajo el brazo,
venir a ella, a estudiar.
Mucho nos emocionó
aquellos lindos letreros,
con citas en todos ellos,
llenas de amor y cariño.
¡Qué nostalgia…! No ser niño,
pensaba de pronto yo.
Por el largo corredor,
fuimos despaciosamente.
El cielo abrió sus compuertas,
y al llover copiosamente,
la claridad, ya muy tenue,
volvióse aún más incierta.
Mirando por la ventana
-cuya hoja está entreabierta-,
cuando un relámpago alumbra,
se divisa en la penumbra
la sombra de aquel gigante,
que, tendido, allí adelante,
parece dormir la siesta.
Creí ver que sonreía
-a lo mejor, recordando-,
concentrado en su memoria.
Él conoce bien la historia
de toda la población.
Se acuerda de aquel ciclón,
volaron techos de chapa.
Él al viento no le escapa.
Hasta es más, ¡lo desafía!
Y cuando llega bravía,
rugiente, la tempestad,
jugándole una “pulseada”;
jamás se achica ante nada.
No lo moverán, ¡jamás!
Así estuvo muchos años.
Alto, erguido y arrogante.
Si su sombra acariciante
a algún niño prefirió
fue sólo de agradecido,
habiendo reconocido
al nietito de otro niño
que hace tiempo, lo regó.
Quiso ser grande y muy fuerte.
Llegar hasta las estrellas.
para bajar la más bella,
o la luna, si prefieren,
para la gente sencilla
que hace tantas maravillas
por esa escuela que él quiere.
Fueron pasando los años,
se agrandó el cariño enorme
por su escuela tan querida.
decidió ofrendar su vida,
vegetal, ya sin valor.
¡Tendré otra vida mejor…!
¡Daré más utilidad!
Aunque viejo, soy capaz.
Trabajaré en mi escuelita.
Si madera necesita,
mi madera la tendrá.
Tal vez no sirva ya en nada,
me conformo con ser leña.
Aquí, donde se le enseña,
a tanto corazón tierno,
a tanto niño con frío,
quemando el corazón mío
les entibiaré el invierno.
El árbol siguió sonriendo.
Recordando, recordando…
Yo en cambio, quedé pensando
que me estaba transmitiendo
un imperioso mensaje.
Él doblegó su coraje
por amor a los demás.
Nada tiene, todo da.
a la escuelita de Cavanagh,
a su gente tan querida.
Su madera, convertida,
tendrá mil aplicaciones…
¡Aprenderá de lecciones…
en ésta, su nueva vida!

Nemesio Martín Román

Arias, Córdoba, 21 de julio de 1976.

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