lunes, 8 de junio de 2009

Nosotros…


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Tímidamente, cual dos niños medrosos,
exploramos geografías ignotas,
presentidas, sí. Asaz imaginadas…
Descubrirlas resultó sorprendente,
colosal, maravilloso, ¡fascinante!
Comenzamos a recorrer caminos,
lentamente, total… ¿quién tenía prisa?
Penetramos en mil laberintos,
desdibujados, perdidos en el tiempo.
Olvidados de pies que los hollasen,
tortuosos, oscuros… conducentes
tal vez, a precipicios insondables.
Seguimos adelante y poco a poco
fuimos: pajarillos piando por los aires,
llama crepitante de la rojiza hoguera,
huracán impiadoso, desatado
y fresco arroyuelo cantarín
discurriendo gracioso entre las piedras…
¡Fuimos tantas cosas! ¡Tantas… tantas!
La primera mujer y el primer hombre,
disfrutando el Edén en nuestros labios.
¡Iniciación suprema de la especie!
Fuimos también…
Vorágine envolvente, irrefrenable,
al ascender por la empinada cuesta…
Conjunción de orgásmicos alientos.
Copulativa erupción, geiser de lava…
Luego, ya en comunión perfecta,
un derrame de efluvios retenidos,
células vivas de gozo incomparable.
Y visitamos todas las estrellas,
magia eficaz de los jadeos felices;
Imposición espiritual sobre materia,
hasta arribar a lo infinito… ¡Porque existe!
Y allí, sin ataduras terrenales,
volamos y volamos, sin atender a espacio o tiempo.
Disfrutando, tan sólo… Disfrutando…
¡El divino milagro de la carne!

Arias, Córdoba, 28 de noviembre de 2006.

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